Homenaje del Sr. Iparraguirre desde su columna Chamba a ese gran jugador que fue el Manco
El gran Oscar Messina, "El Manco de Teodelina" luego de una lucha insesante contra la Diabetis falleció la semana pasada en Chascomus
Publicado: Miércoles, 22 de Junio de 2005 - 05:46 hs | en:
Nacionales
Debido a un coma diabético el gran Manco nos ha dejado la semana pasada. En las mayorías de las canchas de este país, este fin de semana se realizó un minuto de silencio en memoría de este maestro. Desde hacía un año venía peleando contra esta enfermedad, ya le habían amputado una de sus piernas y hace 20 días le amputaron la segunda. Por donde nos moviamos nos comentaban que este jugador fue el mas grande de la historia de los frontones, y nos hemos cansado de escuchar sus hazañas. Ultimamente se edito un libro con todas sus historias en donde la gente de este deporte lo conoció desde norte a sur.
Homenaje del Sr. Iparraguirre desde su columna Chamba.
De pibe nomás llamaba la atención su ágil velocidad, cuando llegaba primero que un cuzco ratonero a la negrita del golpe largo que, escondida en las pajas bravas, esperaba que la fueran a buscar para seguir el desafío en la abierta de Teodelina, un pueblito del sur de Santa Fe. Flaquito, cintura de avispa, de ojos pícaros, pelo renegrido y hambre a toda hora, Oscarcito Messina miraba después de reojo el churrasco que se hacía en la parrilla puesto para él, de regalo por tantas corridas.
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No hacía falta pensar mucho para imaginar que la pelota sería su gran pasión. Miraba a los jugadores con asombro, mientras entre partido y partido demostraba con la paleta en cualquiera de las dos manos que había nacido con el don del empale perfecto. Sea la maniobra que sea, de aire, pique o sobrepique, pegaba justo con el "corazón". Siempre.
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Casi sin el amor de padres, forjado su cuerpo con la bolsa al hombro y el pisón de alambrador siguió desdeñando la escuela sin importar que lo tildaran de analfabeto. Ya adolescente prefería demostrar a los demás que dentro de una cancha era el mejor, aunque no supiera leer ni escribir, total --"puedo firmar con el pulgar y listo", decía.
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Cuando lo convencieron que pasara a la cerrada no tardó en hacerse amigo del rebote, que muchas veces ignoraba tomando más de aire que los demás zagueros. Le sobraban piernas y polenta muscular para aguantar. No reflejaba el cansancio. Nunca.
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Jugando hacía todo. No había secretos para él, ni tirando ni en defensa; hasta solía correr el tambor cuando su delantero se quedaba. Tanto se destacaban de joven sus virtudes que lo colosal de su juego suave y armonioso, como acariciando a la negrita, se hizo fama que los vientos llevaron a todo el país, inclusive a Buenos Aires donde nunca jugó: --"No me gustan que me llamen los pitucos de allá".
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Como no podía ser de otra manera merecía un apodo que apareció enseguida : el Manco de Teodelina. Es que un sobrehueso en la muñeca izquierda le impedía ponerla derecha, dando la engañosa impresión de mano disminuida que solía aprovechar entre los "giles" piadosos que hasta le daban ventaja.
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De los cuatro puntos cardinales lo querían conocer. Llovían las invitaciones para ver su peculiar estampa de bombacha y remera blanca, muchas veces alpargatas, pañuelo colorado al cuello y boina vasca, conservadora o radical, según los tiempos. El bigote finito parecía ponerle un moñito a su mirada atrevida, desafiante. Una estampa incomparable. Unica. Nunca vista.
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Subido a trenes y trenes recorrió todas las abiertas de esta y otras provincias. Esquivaba, si podía, los compromisos federados porque le gustaba bajarse en los andenes pueblerinos, valijita en mano, y buscar el almacén con cancha para proponer los desafíos más insólitos. La cuestión era ganarse "la diaria" y poder pucherear.
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Poco a poco, viaje tras viaje y a medida que trababa relaciones con la cofradía pelotari, su personalidad se fue dividiendo en dos. Una imagen era la de Messina, acriollada y algo primitiva, sí, pero respetuosa, cordial, moderada y simpática. La otra, después del partido y la cena infaltable, era la del Manco, agresiva, audaz y a veces prepotente porque estaba asociada con el alcohol; ginebra, whisky o lo que sea. Había que esperar el día siguiente para volver a "encontrarse" con Messina.
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Acerca de sus partidos espectaculares y hazañas podría escribirse una enciclopedia. En la abierta era imbatible en pareja y se las arreglaba fenómeno para ganar, o perder ahí nomás, jugando solo contra dos. Era clásico que al caer vencido en una cerrada, cuando todavía no la dominaba, propusiera la revancha en una abierta cercana. Años más tarde, ya amigo de los trinquetes y de las fijas en las apuestas, sus desafíos elegían cualquier cancha. Daba lo mismo.
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Hay una anécdota sobre esa atrayente forma de ser que quizá representa a todas. Allá por fines de los años ´50 Hauche y Delguy le ganaron en un festival en Chascomús. Jugó con un delantero más flojo, margen que no se le podía dar al elegante Néstor, sumun de los zagueros de aquellos tiempos. Dolido por la derrota el Manco aprovechó la alegría sobremesera de la cena posterior compartida por unos 300 comensales para lanzar el desafío que la grey ansiaba desde hacía tiempo.
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"Sí, a vos, Delguy, te juego mañana al salir el sol, mano a mano, en la abierta de La Protectora", le gritó ante la expectativa silenciosa de todos al talentoso longilíneo sentado en la otra punta del salón. Profundizando el silencio el flaco pensó, se paró y le respondió sabeedor que lo más seguro era que perdía --"No, no te juego".
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Ante el estupor general, Delguy completó sus dichos. --"Pero te voy a explicar porqué no te juego. Si te gano, que es lo más probable, la gente se va a preguntar ¿a quién le ganó? Y si por esas cosas del juego me ganás te vas a morir de hambre, porque cuando salgas a buscar unos pesos por los pueblos te van a pedir tanta ventaja por haberme ganado que no te va a quedar ni para comer".
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Endiosado al grado de leyenda en vida la personalidad del santafecino y sus facetas siguieron el sino de trotamundo. No debe haber cancha que no ha pisado. Por supuesto, Tandil fue repetido escenario de presentaciones. En el Hípico superó, solo, al buen binomio entonces de moda Héctor Pazos – Gustavo Benítez; en Ferro ganaba cada vez que lo acompañaba Carlitos Faiella – un delantero que él siempre buscaba para jugarle a cualquiera — y en el recordado El Pasatiempo dejó el recuerdo de increíbles proezas.
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Por cada rincón bonaerense paseó su inefable calidad acompañado adentro por su gran amigo Rodolfo (Fito) Ibarra, un chascomuyense de ley y extraordinario jugador, quien acostumbraba a recordar –"Jugaba horas antes dos partidos en alguna abierta antes de competir en forma oficial ¡qué bestia!".
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No hace mucho realizaron una gira no ya para jugar – calzaban 70 años cada uno -- sino, especialmente invitados, para contar cuentos y anécdotas de las andanzas del dúo. Fito, correctísimo como siempre, sólo le ponía letra a las endiabladas y audaces referencias del íntimo amigo.
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Inseparable amigo de la cerveza y muy enfermo, el Manco estampó su última presencia social en Buenos Aires, la ciudad que siempre había eludido. Fue en oportunidad de la reinauguración del trinquete del Club de Pelota y Esgrima, conocido por Moreno, que había arrasado un incendio. Se rompían las manos aplaudiéndolo.
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Hace algo más de un año su cuerpo empezó, furioso, a pasarle la factura de semejantes desarreglos. Como en la cancha, tuvieron que juntarse el cáncer, la diabetes y el Alzheimer para poder derrotarlo. Primero sufrió la amputación de una pierna, quedando en la noble Chascomús protegido por la cofradía en una casita alquilada.
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Luego, le cortaron la otra pierna. No daba más. Por suerte, a los 75 años de edad Dios se acordó de él, llevándoselo el viernes último – "Acá, en Chascomús, lo velamos ese día; al siguiente lo trasladamos a Teodelina donde recibió sepultura", nos contó Fito Ibarra.
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"Me hablaron de varias radios y revistas porteñas; les dije que se trató de un querido trotamundos que fue un verdadero símbolo de la pelota del interior. Un as. No entré en otros detalles porque esa gente no conoce mucho que digamos la pelota a paleta ¿no es cierto?".
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La leyenda de las leyendas pelotaris tuvo 3 hijos. De la primera mujer una hija que hoy tiene 51 años, y de la segunda una hija y un hijo, Oscarcito, cuyo recuerdo le valió al papá una última sonrisa mientras repetía – "Por suerte es un tipo derecho, no salió torcido como yo".
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El Manco ha muerto ¡viva el Manco!
Homenaje del Sr. Iparraguirre desde su columna Chamba.
De pibe nomás llamaba la atención su ágil velocidad, cuando llegaba primero que un cuzco ratonero a la negrita del golpe largo que, escondida en las pajas bravas, esperaba que la fueran a buscar para seguir el desafío en la abierta de Teodelina, un pueblito del sur de Santa Fe. Flaquito, cintura de avispa, de ojos pícaros, pelo renegrido y hambre a toda hora, Oscarcito Messina miraba después de reojo el churrasco que se hacía en la parrilla puesto para él, de regalo por tantas corridas.
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No hacía falta pensar mucho para imaginar que la pelota sería su gran pasión. Miraba a los jugadores con asombro, mientras entre partido y partido demostraba con la paleta en cualquiera de las dos manos que había nacido con el don del empale perfecto. Sea la maniobra que sea, de aire, pique o sobrepique, pegaba justo con el "corazón". Siempre.
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Casi sin el amor de padres, forjado su cuerpo con la bolsa al hombro y el pisón de alambrador siguió desdeñando la escuela sin importar que lo tildaran de analfabeto. Ya adolescente prefería demostrar a los demás que dentro de una cancha era el mejor, aunque no supiera leer ni escribir, total --"puedo firmar con el pulgar y listo", decía.
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Cuando lo convencieron que pasara a la cerrada no tardó en hacerse amigo del rebote, que muchas veces ignoraba tomando más de aire que los demás zagueros. Le sobraban piernas y polenta muscular para aguantar. No reflejaba el cansancio. Nunca.
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Jugando hacía todo. No había secretos para él, ni tirando ni en defensa; hasta solía correr el tambor cuando su delantero se quedaba. Tanto se destacaban de joven sus virtudes que lo colosal de su juego suave y armonioso, como acariciando a la negrita, se hizo fama que los vientos llevaron a todo el país, inclusive a Buenos Aires donde nunca jugó: --"No me gustan que me llamen los pitucos de allá".
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Como no podía ser de otra manera merecía un apodo que apareció enseguida : el Manco de Teodelina. Es que un sobrehueso en la muñeca izquierda le impedía ponerla derecha, dando la engañosa impresión de mano disminuida que solía aprovechar entre los "giles" piadosos que hasta le daban ventaja.
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De los cuatro puntos cardinales lo querían conocer. Llovían las invitaciones para ver su peculiar estampa de bombacha y remera blanca, muchas veces alpargatas, pañuelo colorado al cuello y boina vasca, conservadora o radical, según los tiempos. El bigote finito parecía ponerle un moñito a su mirada atrevida, desafiante. Una estampa incomparable. Unica. Nunca vista.
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Subido a trenes y trenes recorrió todas las abiertas de esta y otras provincias. Esquivaba, si podía, los compromisos federados porque le gustaba bajarse en los andenes pueblerinos, valijita en mano, y buscar el almacén con cancha para proponer los desafíos más insólitos. La cuestión era ganarse "la diaria" y poder pucherear.
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Poco a poco, viaje tras viaje y a medida que trababa relaciones con la cofradía pelotari, su personalidad se fue dividiendo en dos. Una imagen era la de Messina, acriollada y algo primitiva, sí, pero respetuosa, cordial, moderada y simpática. La otra, después del partido y la cena infaltable, era la del Manco, agresiva, audaz y a veces prepotente porque estaba asociada con el alcohol; ginebra, whisky o lo que sea. Había que esperar el día siguiente para volver a "encontrarse" con Messina.
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Acerca de sus partidos espectaculares y hazañas podría escribirse una enciclopedia. En la abierta era imbatible en pareja y se las arreglaba fenómeno para ganar, o perder ahí nomás, jugando solo contra dos. Era clásico que al caer vencido en una cerrada, cuando todavía no la dominaba, propusiera la revancha en una abierta cercana. Años más tarde, ya amigo de los trinquetes y de las fijas en las apuestas, sus desafíos elegían cualquier cancha. Daba lo mismo.
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Hay una anécdota sobre esa atrayente forma de ser que quizá representa a todas. Allá por fines de los años ´50 Hauche y Delguy le ganaron en un festival en Chascomús. Jugó con un delantero más flojo, margen que no se le podía dar al elegante Néstor, sumun de los zagueros de aquellos tiempos. Dolido por la derrota el Manco aprovechó la alegría sobremesera de la cena posterior compartida por unos 300 comensales para lanzar el desafío que la grey ansiaba desde hacía tiempo.
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"Sí, a vos, Delguy, te juego mañana al salir el sol, mano a mano, en la abierta de La Protectora", le gritó ante la expectativa silenciosa de todos al talentoso longilíneo sentado en la otra punta del salón. Profundizando el silencio el flaco pensó, se paró y le respondió sabeedor que lo más seguro era que perdía --"No, no te juego".
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Ante el estupor general, Delguy completó sus dichos. --"Pero te voy a explicar porqué no te juego. Si te gano, que es lo más probable, la gente se va a preguntar ¿a quién le ganó? Y si por esas cosas del juego me ganás te vas a morir de hambre, porque cuando salgas a buscar unos pesos por los pueblos te van a pedir tanta ventaja por haberme ganado que no te va a quedar ni para comer".
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Endiosado al grado de leyenda en vida la personalidad del santafecino y sus facetas siguieron el sino de trotamundo. No debe haber cancha que no ha pisado. Por supuesto, Tandil fue repetido escenario de presentaciones. En el Hípico superó, solo, al buen binomio entonces de moda Héctor Pazos – Gustavo Benítez; en Ferro ganaba cada vez que lo acompañaba Carlitos Faiella – un delantero que él siempre buscaba para jugarle a cualquiera — y en el recordado El Pasatiempo dejó el recuerdo de increíbles proezas.
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Por cada rincón bonaerense paseó su inefable calidad acompañado adentro por su gran amigo Rodolfo (Fito) Ibarra, un chascomuyense de ley y extraordinario jugador, quien acostumbraba a recordar –"Jugaba horas antes dos partidos en alguna abierta antes de competir en forma oficial ¡qué bestia!".
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No hace mucho realizaron una gira no ya para jugar – calzaban 70 años cada uno -- sino, especialmente invitados, para contar cuentos y anécdotas de las andanzas del dúo. Fito, correctísimo como siempre, sólo le ponía letra a las endiabladas y audaces referencias del íntimo amigo.
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Inseparable amigo de la cerveza y muy enfermo, el Manco estampó su última presencia social en Buenos Aires, la ciudad que siempre había eludido. Fue en oportunidad de la reinauguración del trinquete del Club de Pelota y Esgrima, conocido por Moreno, que había arrasado un incendio. Se rompían las manos aplaudiéndolo.
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Hace algo más de un año su cuerpo empezó, furioso, a pasarle la factura de semejantes desarreglos. Como en la cancha, tuvieron que juntarse el cáncer, la diabetes y el Alzheimer para poder derrotarlo. Primero sufrió la amputación de una pierna, quedando en la noble Chascomús protegido por la cofradía en una casita alquilada.
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Luego, le cortaron la otra pierna. No daba más. Por suerte, a los 75 años de edad Dios se acordó de él, llevándoselo el viernes último – "Acá, en Chascomús, lo velamos ese día; al siguiente lo trasladamos a Teodelina donde recibió sepultura", nos contó Fito Ibarra.
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"Me hablaron de varias radios y revistas porteñas; les dije que se trató de un querido trotamundos que fue un verdadero símbolo de la pelota del interior. Un as. No entré en otros detalles porque esa gente no conoce mucho que digamos la pelota a paleta ¿no es cierto?".
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La leyenda de las leyendas pelotaris tuvo 3 hijos. De la primera mujer una hija que hoy tiene 51 años, y de la segunda una hija y un hijo, Oscarcito, cuyo recuerdo le valió al papá una última sonrisa mientras repetía – "Por suerte es un tipo derecho, no salió torcido como yo".
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El Manco ha muerto ¡viva el Manco!
Solopaleta.com
Comentarios en esta noticia
Se fue con èl el último Quijote moderno.
Fué y lo seguirá siendo mientras un pibe,una paleta-una pelota en una cancha abierta suenen como esa la melodía incomparable que devuelve un frontón.
Tuve la fortuna de conocerlo, ya grande, pero se me asemejaba una fiera en una cancha.
Solo, le jugó a 3 de los mejorcitos del pueblo y los robó.
Un grande, para mí el más grande.
Tal vez sea oportuno que el día de su fallecimiento se declare el dia nacional de pelota paleta, en su homenaje y el de todos los que pisaron una cancha y ya no están.
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