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El Sr. Carlos Iparraguirre (periodista y pelotari) nos envía un informe.

Sacado de su sección Chamba que mantiene desde hace 25 años en el diario Nueva Era de Tandil y lo quiere compratir con todos nuestros lectores.

Publicado: Viernes, 22 de Abril de 2005 - 16:59 hs | en: Nacionales
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Desde aquí, está a 50 kilómetros del centro tandilense; vista desde allá, está en el corazón de las últimas y suaves estribaciones serranas que dan casi al río Quequén Chico, límite de nuestro Partido con el de Necochea. De ese kilometraje, 30 corresponden a la olvidada ruta 30, hasta El Empalme ya sin un solo resto de macadán; el resto de la distancia pertenece al campo Santa Rosa y, por supuesto, es camino privado y recomendado sólo sobre una 4 x 4.

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Nos referimos, claro está, a la flamante cancha construida por nuestro buen amigo Leonardo Herrera Vegas, un filántropo de la pelota que un día, pensando en los hijos que de sus hijos siguen llegando -ya cuenta 15 nietos- levantó esas simpáticas paredes con formas inéditas.

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"Mirá -nos dijo hace poco- por supuesto que aquí van a jugar también mis amigos, pero con el nietaje no más ya habrá partidos de sobra". Y allí está la mole, rozagante y felíz al meterle un poco de ruido y risas a la seductora belleza de esa zona en la que aún existen lotes vírgenes diciéndole a cada sol poniente que la belleza tandilense todavía tiene para rato.

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No volvamos a elogiar -lo hicimos hace dos columnas- el casco de Santa Rosa y su entorno porque, insistir, nos transformaría en habitantes de esa ancha franja de periodistas que, para mejorar sueldos, cometen el grueso error de zambullirse en la publicidad para ejercitar, con frenesí, el comercio del elogio edulcorante que vaya si arranca buenos dividendos de las vanidades ajenas de siempre, pero ensucia la profesión.

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Nuestra reciente visita tuvo, como es allí generosa costumbre receptiva, un sabroso cordero asado por Néstor Andraca, tractorista y otras yerbas, y servido por su esposa Irma Vázquez, cocinera y encantadora. Bajo el follaje de una histórica fronda lo saboreamos junto a Rafael Herrera (ofició de anfitrión porque su padre Leonardo debió viajar a Buenos Aires para recibir al quinceavo nieto), sus amigos Eduardo y Miguel Grondona, Martín Calles, Nicolás Pereyra, Diego Goñi, Carlos Rapella y Juan Iparraguirre, y mientras tanto departimos de lo lindo sobre historia y costumbres lugareñas con Diego Lorda, el encargado. Un tipazo.

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Enseguida del postre, a pelotear. La original cancha -una suerte de trinquete sin techo ni share- está a unos mil metros, flanqueada por una vieja arboleda justo del lado de los vientos dominantes. Se eleva allí cual bicho raro y sobrevolada por variadas clases de pájaros que aún no parecen habituarse a sortearla, o bien a posarse tranquilos.

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La altura del frontón, que despide muy bien, es la reglamentaria, lo mismo que el largo y el ancho del piso. Las paredes siguen las generales de la ley de un trinquete, esto es que ambas se unen al rebote siendo más larga la franja superior a la derecha, hasta un imaginario San Sebastián, y algo más breve la de la zurda hasta también imaginarios palcos.

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La característica más llamativa, además del tambor hasta media altura rematado con un chanfle hacia arriba, es la reja. Mide unos 6 metros de extensión, vista desde afuera se asemeja al perfil de la boca de un tiburón y desde adentro hay que ser baquiano para meterle las dos paredes que recibe cual amante ansiosa.

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Al llegar al rebote, el ancho del piso de regios baldosones crece medio metro al sumarse la apertura gradual hacia atrás de 25 centímetros de cada una de las paredes, un recurso que evita un excesivo cierre de la negrita durante el peloteo. Así, abre más el juego, como se dice en la jerga.

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La pared del rebote también despide fenómeno y la clásica estructura superior de alambre custodia, adelante, arriba y al fondo, los sitios clave para que los errores de las pegadas no terminen en inevitables pérdidas de negritas entre la vegetación del entorno de la cancha. Sería oportuno ir pensando, despacito, en una mayor superficie alambrada, sobre todo en el sector superior, algo que no escapa de los cálculos de Leonardo.

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Además de una leve inclinación hacia la zurda del nivel del piso, adelante, para facilitar el desagote del agua de la lluvia, otro de los rasgos arquitectonicos curiosos made in casa, según puede apreciarse en las fotos adjuntas que nos enviaran, es el palco ideado junto al rebote y encima de la puerta de entrada al que se accede mediante una escalera posterior.

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Los comensales demostraron, con la larga serie de partidos jugados ese día, que la pintoresca cancha se porta muy bien ante las exigencias de piques y cruces de diferentes velocidades. Pero quizá lo mejor de todo sea la reja porque le acredita condiciones de tantera y divertida. Felicitaciones, Leonardo.

Colaborador: Carlos Iparraguirre

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